El retorno de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos llega en un momento de transformación de las dinámicas políticas y económicas en el mundo. Su reelección permite a la Unión Europea anticipar algunos de sus desafíos emergentes y capitalizar esta oportunidad para redefinir su papel en la escena internacional.
El triunfo electoral de Donald Trump en 2024 para ocupar el Ala Oeste de la Casa Blanca hace resurgir en Europa aprehensiones heredadas fruto de su última administración – de 2017 a 2021-. La consigna del America First y sus instrumentos de implementación hacen prever un repunte proteccionista en sectores clave como la industria metalúrgica, sanitaria, energética y automovilística. La idiosincrasia unilateralista de las políticas del president-elect no solo apuntan a una posible polarización económica, sino también a un ligero distanciamiento político en sus relaciones transatlánticas. Esto no se deberá únicamente a las tensiones comerciales, sino también fruto de las discrepancias en asuntos estratégicos para la Unión Europea en cuanto a la gestión de la seguridad regional en Europa y enclaves colindantes y a la relegación de las políticas medioambientales en favor de la priorización de medidas orientadas estrictamente a la estimulación económica norteamericana.
En cuanto a la primera idea, cabe esperar nuevamente cierta presión del futuro mandatario en incrementar el gasto en defensa nacional de sus aliados hasta un mínimo del 2% de su PIB -según lo acordado en la Cumbre de Gales de 2014-, así como lograr mayores partidas presupuestarias para los presupuestos comunes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte -OTAN-. Las contiendas en Ucrania y en Gaza, sumado a las tensiones en el continente asiático, especialmente con China e Irán, conferirá mayor prominencia al enfoque realista ofensivo de las relaciones internacionales. Esto se traduce en buenas noticias para la industria armamentística y tecnológica militar y en un estímulo para el comercio internacional de armamentos. Países como España podrían verse perjudicados ante la presión de incrementar sus presupuestos en defensa, lo que obligaría al ejecutivo español a incrementar el gasto público o bien reducir el gasto en políticas sociales y de transición energética. Como arreglo a corto plazo, España podría fomentar su implicación en las misiones y operaciones de la OTAN mediante sus fuerzas armadas para cubrir sus deficiencias en la inversión directa en defensa, siguiendo el ejemplo luxemburgués.
En relación con la segunda idea, la intención ya expresada por Trump en abandonar de nuevo el Acuerdo de París por afectar al crecimiento económico del país, hace
evidente la priorización del estímulo económico sobre las políticas de transición ecológica. Las críticas expresadas por este tras la aprobación de la Inflation Reduction Act -IRA-, la cual apuesta por un crecimiento económico sostenible y “limpio” en los Estados Unidos, dejan clara la apuesta del futuro presidente por la eficiencia económica sobre la resiliencia. Esto hace esperar un reimpulso de los combustibles fósiles para aplicaciones industriales en el país, reforzando la independencia energética estadounidense y su autonomía estratégica frente a China y las cadenas de globales de valor.
La era de Trump 2.0. promete grandes oportunidades para la economía norteamericana. Para la Unión Europea, un sutil distanciamiento político que podría evolucionar de un desafío a una oportunidad para reforzar su autonomía estratégica en seguridad y defensa, consolidar su liderazgo global en la lucha contra el cambio climático, fortalecer relaciones de amistad con actores, como China e India, y abanderar el multilateralismo aprovechando el aislamiento estadounidense. Para ello, la UE deberá laxar su enfoque ajustado a las políticas de resiliencia y apostar al mismo tiempo por la eficiencia de la economía europea.