Liderar es hacer que las cosas sucedan. Pasar de la teoría a la acción. Se trata no solo de tener ideas, sino de atreverse a ponerlas en práctica, de ser valiente y auténtico. Eso requiere entrenamiento y actitud, además de maestría técnica. Esta combinación no siempre se produce. Es frecuente toparse con empresas que están dirigidas por personas técnicamente impecables, muy bien preparadas y con amplios conocimientos, pero nulas o con poca habilidad en la gestión de equipos. Y esto es algo que también se entrena y se aprende desde una perspectiva de management. El líder no nace; se hace y se forma con cientos de horas de práctica, creciendo, mejorando y desarrollándose continuamente.
Un buen líder debe tener otras cualidades, más que las técnicas, para no fracasar en su empeño de ejecutar un plan de acción. Debe saber cómo gestionar personas y equipos; tener la capacidad de conectar talento colectivo, estimular la creatividad, con una mente disruptiva y de aprendiz continuo, incorporando la innovación a su día a día y dando autonomía a sus empleados. Debe practicar la escucha activa y fomentar la participación de otros que piensan diferente, porque, precisamente, aquellas ideas que cuestionan las propias creencias y opiniones son las que más enriquecen la vida de una organización. Esto además favorece el compromiso y la cohesión del equipo, el engagement, en pro de un objetivo.
En ese objetivo, el foco debe ponerse en las personas, en los empleados y sus familias y, por supuesto, en los clientes. No está reñido el hecho de obtener beneficios con pensar en el bienestar de las personas. De hecho, las empresas realmente buenas obtienen beneficios porque piensan mucho en las personas. Ahora, y cada vez más, las organizaciones necesitan generar cultura de aprendizaje, organizarse de un modo diferente y cross funcional, generar nuevos procesos y nuevas formas de hacer, ser más ágiles, acceder al mercado de manera diferente y trabajar el mindset digital para un mundo del trabajo cada vez más híbrido. Todo ello en un entorno de bienestar y de buena relación entre los miembros del equipo, responsabilidad del propio líder.
Otro de los rasgos distintivos de un verdadero líder es la buena comunicación. Debe ser un buen comunicador para transmitir y marcar los objetivos de forma adecuada. Porque si no hay un propósito o no está claro no se puede conseguir nada. La buena comunicación también sirve para dar y recibir feedback, trasladar instrucciones, hacer reconocimientos y correcciones para la mejora del desempeño y saber gestionar conversaciones cruciales con los empleados. Su comunicación ha de ser transversal, multicanal y bidireccional para que los miembros de su equipo puedan interactuar libremente y sentirse parte importante del proyecto. Si se hace bien, la consecuencia es muy positiva: el equipo estará más motivado y comprometido.
Hoy en día, hay que ser menos jefe y más líder. El ordeno y mando ya no vale, a pesar de que, de vez en cuando, parece que vuelve el líder tóxico.
Opinión