Vivimos en una era digital en la que los datos se han convertido en el nuevo “petróleo”; un cliché que se volverá todavía más cierto a medida que nos adentremos en la era de la inteligencia artificial. Los miles de millones de personas, sistemas y sensores conectados en todo el mundo generan, y seguirán generando en el futuro, grandes volúmenes de datos. Y no sólo constatamos que se siguen creando nuevos datos, si no que cada vez se eliminan menos de ellos.
Aunque pueda parecer complicado poder cuantificar el volumen de información que realmente se acaba almacenando, el reciente estudio de Furthur Market Research, titulado ‘La preservación sostenible de los datos empresariales’, nos da una idea de esa cantidad. Este informe muestra que el crecimiento de la base instalada, es decir, la capacidad de almacenamiento instalada, se ha multiplicado por 53 en un período de 12 años, pasando de 91.000 petabytes en 2010 a los 4,8 zettabytes en 2022. Y se estima que esta cifra superará los 40 zettabytes en 2035.
Y es que la mayoría de las organizaciones están convencidas del valor que pueden generar sus datos a futuro para mantener su competitividad y generar ganancias. Por tanto, el almacenamiento de datos empresarial consumirá cada vez mayores partidas del presupuesto de energía de los centros de datos. En este sentido, y con el objetivo de reducir costes y avanzar en su neutralidad climática, los directores de tecnología (CTOs) deberán apostar por tecnologías más eficientes, que permitan la reducción del consumo de energía y de las emisiones de CO2.
En el foco europeo
Sabemos que el impacto medioambiental de los centros de datos es una gran preocupación para la Unión Europea (UE). Prueba de ello, es el Pacto de Centros de Datos Climáticamente Neutrales, formado en 2019, que se comprometió a alcanzar la neutralidad climática para 2030, siguiendo las directrices de la UE. Los signatarios de este pacto se han comprometido a cumplir un conjunto de objetivos que cubren temas que incluyen la eficiencia energética, el uso de energía verde, el uso del agua, el reciclaje y la reutilización del calor residual. Pero, ante la falta de voluntad para eliminar cualquier dato siguiendo el cliché mencionado de “los datos son el nuevo petróleo”, la reducción del consumo de energía en los centros de datos supone un gran reto.
La obsesión y adicción a los datos de nuestra cultura digital global podría conducir a un aumento desproporcionado de las métricas de consumo de energía y de emisiones de CO2, que, a su vez, incrementarán los costos de gestionar esta gran cantidad de zettabytes durante períodos de tiempo cada vez más largos.
Teniendo en cuenta, por un lado, la creciente escasez de energía total disponible para los centros de datos en muchas áreas metropolitanas y pequeñas comunidades, y, por otro, la necesidad de reducir los costes de archivo de estos grandes volúmenes de información y de cumplir con la normativa vigente de emisiones de CO2 permitidas en Europa, los administradores de los centros de datos deberán ir reduciendo progresivamente la capacidad almacenada en discos de estado sólido y discos duros, para integrar tecnologías de almacenamiento más rentables y energéticamente eficientes, como la cinta, que ofrece un coste más bajo por terabyte almacenado y tiene una huella ecológica muy inferior.
Sabiendo también que entre el 70% y el 80% de todos los datos empresariales almacenados en el mundo rara vez se consultan, podemos asegurar que las organizaciones podrían reducir drásticamente su impacto medioambiental y su consumo energético, al tiempo que reducen sus gastos operativos y de capital, identificando los “datos inactivos” y trasladándolos a soluciones de almacenaje más eficientes, seguras y sostenibles, como las recientes generaciones de cinta.
Además, hay que tener en cuenta otro factor, el alto nivel de protección de datos que ofrece la tecnología de cinta, y es que los datos escritos en cinta quedan desacoplados de la red durante su almacenamiento, lo que impide el acceso físico de los ciberdelincuentes, que no pueden comprometer las copias de seguridad. La naturaleza amovible de la cinta permite generar tantas copias de datos como se desee y conservarlas en distintas ubicaciones para beneficiarse del llamado “air gap”. De este modo, se garantiza la desconexión física de las copias de datos de cualquier red, para que sean totalmente inaccesibles ante cualquier amenaza, permitiendo que la solución se convierta en un rápido plan de recuperación de desastres gracias a los altos rendimientos alcanzados esta última década. Reduciendo, a su vez, los residuos electrónicos gracias a la longevidad de archivo de la cinta, superior a los 30 años.
Queda claro pues que, a medida que los datos generados se disparan, los costes de almacenamiento aumentan y el número de ciberataques sigue creciendo, los argumentos a favor de un archivo digital en cinta son más sólidos que nunca.
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