La tecnología es la herramienta más poderosa que tenemos como humanos. Nunca hemos estado tan equipados como ahora para resolver los retos climáticos, sociales y económicos que tenemos como humanidad. Sin embargo, es inevitable asustarnos del rápido avance de la tecnología. De la primera a la segunda revolución industrial pasaron noventa años. De la cuarta a esta quinta en la que entramos apenas han pasado veinte. Sin saberlo en su origen, en Libelium llevamos esas dos décadas inmersos en la tecnología que llevaría a la quinta revolución.
Nunca antes ha sido tan importante ser capaces de adaptarse y reaccionar. Sin embargo, vivimos enmarañados con las ramas de los árboles con tanta innovación porque no tenemos tiempo para asimilar la complejidad de la misma y poder así ver el bosque en todo su esplendor.
No me gustaría que esto supusiera una oportunidad perdida porque podríamos hacer más, mucho más por nuestra sociedad y nuestro planeta si somos capaces de encontrar ese claro del bosque desde el que trabajar.
Para llegar allí tan sólo necesitamos dos cosas: mayor transparencia de la tecnología y una sociedad empoderada con ella.
La transparencia en la gestión de datos no solo se refiere a la claridad con que las empresas y gobiernos deben actuar, sino también a la capacidad de los individuos de entender y controlar cómo se utilizan sus propios datos. Sólo cuando es demasiado tarde nos damos cuenta de que hemos dado “Aceptar” cuando en su día apretamos el botón.
Una parte esencial de este empoderamiento es la educación desde una edad temprana. Ahora se dice que los nativos digitales no existen, y estoy de acuerdo. Porque un niño sepa cómo manejar una tablet no significa que conozca los riesgos que implica navegar por Internet. Sigue siendo necesario educar a los niños y jóvenes en el colegio en materia de responsabilidad digital, que no es sino una extensión de la responsabilidad social que, como personas, se nos exige.
Por eso, para mí, el mejor legado que el Internet de las Cosas puede dejar a nuestra sociedad no es solo técnico, sino también social. Consiste en proporcionar a nuestras ciudades datos fiables, íntegros y seguros sobre los resultados que la propia ciudad está obteniendo con respecto a sus objetivos de mejora. Imagino un futuro a corto plazo en el que se puedan vincular estos datos a los indicadores de desempeño de nuestros propios políticos.
Imagina poder hacer una «foto» de los indicadores el día que un alcalde asume el cargo y otra al final de su mandato, comparando aspectos como los niveles de movilidad, los tiempos medios para encontrar aparcamiento, la calidad del aire y del agua, y qué tan congestionadas están las listas de espera.
Esto es lo que llamamos datocracia, una democracia supervitaminada con datos que apoyan la toma de decisiones; un diálogo continuo entre ciudadanos, empresas y políticos usando el dato como un nuevo lenguaje.
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