El difuso programa económico del eurófobo Farage

Flamante vencedor de las elecciones europeas ?con un 27,5% de los sufragios-, el UKIP (Partido de la Independencia de Reino Unido) de Nigel Farage llamaba en su programa electoral a "crear un terremoto" en Bruselas. Vaya si lo ha creado. El UKIP llama abiertamente a abandonar la Unión Europea y a cerrar las fronteras británicas a inmigrantes de diversos países comunitarios entre los que Farage ha citado expresamente a España. En el terreno económico, el UKIP no es un partido antiliberal contrario a las grandes multinacionales y a la banca.
 
No plantea objeción alguna a la libre circulación de capitales y mercancías, pero sí a la de las personas. Aboga por mantener los acuerdos comerciales con la UE fuera de la misma, bajar los impuestos al máximo ?incluidos los hidrocarburos-, supresión del IRPF para quienes perciban el salario mínimo, deshacerse de la carga regulatoria comunitaria para las pequeñas empresas, impulsar las centrales de carbón y recortar drásticamente la inversión pública en energías renovables.  
 
Una política que podría resumirse en "los de casa primero" y aplicarse como referencia  a cada aspecto de la vida pública. La victoria del UKIP en las elecciones europeas constituye un serio aviso a conservadores, laboristas y liberales demócratas a un año de las elecciones generales. El primer ministro David Cameron tiene previsto ?el resultado de la semana pasada no le deja otra posibilidad- convocar un referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la UE si logra revalidar su mandato.
 
El UKIP navega en la contradicción del liberalismo económico y el antilberalismo social. Defiende la pertenencia de Reino Unido en la Organización Mundial del Comercio. No manifiesta, por ende, fobia por el comercio o al desarrollo tecnológico. De la globalización es expreso su rechazo a la inmigración. "Está más cerca del Tea Party o al Partido Reformista de Canadá de los 90 que del poujadismo de los antimultinacionales, colectivistas o anticambios de la derecha francesa", escribía recientemente Allister Heath en el Telegraph. Con todo, una reciente encuesta de YouGov arrojaba el dato de que el 60% de los británicos "no sabía nada" sobre las políticas en materia económica de la formación antiestablishment.
 
Como otros partidos triunfadores en los comicios al Parlamento europeo, el UKIP es un firme enemigo de las políticas de recortes practicadas por los Ejecutivos nacionales, incluida la coalición de gobierno de conservadores y liberales demócratas en Reino Unido. Sí hay un rechazo expreso a la Ley de Cambio Climático de 2008, que, según el UKIP, cuesta 18.000 millones de libras anuales: 500 libras por hogar. El gran ahorro presupuestario ?eje del programa electoral- vendría del abandono de la UE ?cuya pertenencia Farage cifra en un coste diario de 55 millones de libras- y de la reducción de la ayuda exterior.
 
Su programa electoral ?reducido a un breve folleto antiUE – adolece de una falta de concreción propia de una formación que no ha asumido responsabilidades de gobierno. No hay pistas sobre cómo espera financiar las inversiones anunciadas en infraestructura o educación. El gran test que medirá la confianza de los británicos en la formación tendrá lugar en los comicios generales del año próximo. De momento, como en los últimos años, Farage será azote del establishment comunitario desde su escaño en Estrasburgo. Y encontrará en la francesa Marine Le Pen ?al frente del triunfador Front National en las europeas- a una sólida aliada. 
 
Pese a las simpatías de Farage por la City (el líder populista es contrario al impuesto a las transacciones financieras, por ejemplo), la capital británica es el talón de Aquiles de los eurófobos. Londres es demasiado abierta, mutinacional y multicultural para que cale con facilidad el discurso del UKIP, donde han obtenido sólo el 16,87% de los votos. En cambio, los laboristas se imponen ?con un porcentaje de voto del 36,67%- en una ciudad gobernada por los conservadores. Con todo, las elecciones europeas han sido en Reino Unido ?como en la mayoría de países- más la expresión de un descontento generalizado que el resultado de una profunda reflexión de ideas y programas.

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