Emprendimiento sénior, cuando la vida te impulsa a un nuevo comienzo

Por Ignacio Iglesias, Partner & Senior Advisor en Byld

¿Por qué para mucha gente los términos emprendimiento y sénior, pueden considerarse como un oxímoron o antagónicos de la misma manera que las expresiones muerto viviente o secreto a voces?

La verdad es que es difícil de entender y forma parte de esa cultura simplona y excluyente en la que estamos inmersos en nuestros días, por la que ser emprendedor es una capacidad que sólo puede habitar entre los jóvenes, que, de manera muchas veces equivocada, consideran que ser tu propio jefe y crear algo desde cero, sólo es posible si tienes una vitalidad y resiliencia que se les supone por su edad y se les niega a los más mayores, por el mismo motivo. Sin juzgar, hay que perdonar a quienes así piensan: esa fatua opinión es parte de la ignorancia propia de su juventud.

Pues siento decirles a todos ellos, que nada más lejos de la realidad. Creo que los que peinamos canas tenemos en nuestras manos muchas más habilidades para hacer exitosa una nueva iniciativa empresarial que los menos experimentados o, para no ofender a aquellos que se sientan señalados, al menos muchas de las capacidades para que las cosas vayan por el camino adecuado. Eso sí, para ello hay que pensar y creerse que somos “cincuentañeros” (o “sesentañeros”) y no, cincuentones.

Si a eso sumamos el interés creciente y demostrado entre nuestro colectivo en estar cada vez más “bien” informados, el ser permeables a las novedades (que no esnobismos) y la formación continuada, más motivos para avalar mi razonamiento

De la misma manera que realmente pienso que la mayor parte de las personas tiene un gen creativo, sea el que sea, que forma parte de su adn y que debería sacar a relucir más pronto que tarde: escribir, pintar, cantar, bailar…, también creo que la capacidad de emprender es otro elemento innato al ser humano y que ha estado presente, en mayor o menor medida a lo largo de los tiempos.

Ahora pareciera que todos los jóvenes quieran crear una startup, otro de los muchos anglicismos que nos llevan invadiendo desde hace años, que ni siquiera es bien utilizado en muchas ocasiones, ya que hay veces que lo que realmente se está creando, sin quitar un ápice de mérito, es hacer algo que toda la vida se ha denominado, montar un negocio. Vende más usar ese palabro que el llamar a las cosas por su nombre. En cualquier caso, la balanza sigue estando inclinada para el lado de aquellos que optan por trabajar para una empresa, al menos durante unos años y luego…, ya se verá si siguen ese camino o cambian de carril.

Estoy convencido de que, hasta los más temerosos, han sentido alguna vez la tentación de tirarse a la piscina y ver si esa idea que le rondaba la cabeza y que podía solucionar un problema real o una necesidad un tanto inventada, podía plasmarse en un negocio que le diera primero de comer y con el tiempo, trascendiera.

Como en el caso de las dotes creativas, lo importante es arriesgarse y probar, pero ni la edad o, mejor dicho, la corta edad garantiza el éxito ni la resiliencia tampoco es algo inherente a la juventud.

Me atrevería a decir justamente lo contrario: afrontar y resolver dificultades es más llevadero para alguien que ya ha pasado por situaciones parecidas unas cuantas veces a lo largo de su vida y que por ello tiene las espaldas anchas y curtidas de unas cuantas batallas, que para alguien que apenas ha empezado a darse de bruces con la realidad.

No sé si yo puedo representar a muchos de esos “cincuentañeros” que, tras décadas en el mundo corporativo en puestos de cierta responsabilidad, han decidido que ¡a la vejez, viruelas! y poner en valor todo lo aprendido, sufrido, construido…, en una palabra, ¡vivido!, en el mundo profesional y salir del carril del que hablaba anteriormente, para ofrecerlo al desarrollo de nuevas iniciativas empresariales; se denominen como se denominen.

Ese cambio, que ya se iba barruntando en mi cabeza hace años y que ha empezado a hacerse realidad hace apenas cuatro, me está reportando maravillosas y gratificantes sensaciones y experiencias y, sinceramente, de la misma manera que parte de mi sentir se debe al estar en contacto diario con personas, algunas tan mucho más jóvenes que yo que pudiera ser su padre y, con una manera de pensar y de abordar la vida y el trabajo que cada día me sorprende, en general para bien, también creo, sin sonar ni petulante ni arrogante, que agradecen tener al lado a alguien que con humildad, sencillez, claridad y ganas de aportar puede poner a su servicio sus años de carrera y experiencia para entre todos conseguir que ese proyecto tan ilusionante y al que se dedica tantas horas, sea exitoso.

El emprendimiento no es cuestión de edad; tiene mucho de ganas, insistencia, perseverancia, buena onda, intuición, curiosidad y, sobre todo, cintura (muy muy importante esta consideración) y muy poco de egocentrismo, vanidad, fundamentalismo y arrogancia.

Son tantos factores para tener y no tener en cuenta, que no hay nada como saber combinar los perfiles adecuados para lograr un equilibrio deseable y poner el proyecto en el centro, más allá de las personas; esa mezcla entre juventud y experiencia, entre zapatos y zapatillas, entre reguetón y música disco (no digo clásica), entre hotel y AirBnb…, puede llegar a ser imbatible.

Los gastrónomos usan la palabra maridaje para hacer referencia a esa perfecta combinación entre comida y bebida. Este mismo concepto podría aplicarse el equipo emprendedor.

La mezcla y la diversidad es una de las claves del éxito. Por eso, ni tiene ningún sentido hablar de emprendimiento sénior, como tampoco de jóvenes emprendedores. Prefiero la expresión: espíritu emprendedor, que es más un estilo de vida y de pensamiento, que un tema de más o menos arrugas o canas.

Emprender es soñar y soñar es patrimonio de todos. Que mejor soñador que Pablo Picasso que repetía cuando le insinuaban que era demasiado viejo para seguir creando, que cuando se le ocurría una cosa, la llevaba a cabo inmediatamente.

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