La situación de los jóvenes ante el empleo en nuestro país sigue siendo bastante precaria si la comparamos con otros tramos de edad o con la situación de este mismo colectivo en otros países de la Unión Europea. Según el INE, la tasa de paro de los menores de 25 años a lo largo del 2023 en España era 18 puntos superior a la del colectivo de edad comprendida entre los 25 y los 54 años.
En Europa, la foto no recoge una realidad más halagüeña: en el tercer trimestre de 2023, último dato disponible en Eurostat para el conjunto de la Unión Europea y de la Eurozona, la tasa de actividad de los jóvenes en España correspondiente a la población de 15 a 24 años era de 36,1%, con una diferencia de -8,2 pp con respecto a la Eurozona y -6,3 pp con respecto a la Unión Europea (44,3% y 42,4% respectivamente).
Lo que también demuestran los números y las estadísticas es que, a mayor nivel de estudios, la situación dentro del mercado de trabajo es más favorable y viceversa. Esta característica es más marcada entre los jóvenes que entre los adultos, de forma que el nivel de formación adquiere una mayor relevancia para los jóvenes, tal y como recoge en el último informe del Ministerio de Trabajo sobre el Mercado laboral y los jóvenes.
Por tanto, si queremos contribuir a que las estadísticas sean más favorables para los que, en unos años, representarán la mayor parte de la fuerza laboral en España, debemos facilitar el acceso a una formación de calidad a nuestros jóvenes.
Además, en un momento en el que todas las empresas se esfuerzan porque sus estrategias, políticas y productos sean más sostenibles, no podemos olvidar que uno de los objetivos de la agenda 2030 hace referencia precisamente a la formación: el objetivo nº4 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible dice textualmente: «Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos».
Este objetivo tiene varios componentes clave que se centran en mejorar la educación a nivel global entre los que están, no sólo el acceso universal a la educación o reducir las disparidades de género, sino que también se persigue “aumentar el número de jóvenes y adultos que tienen las competencias necesarias, incluidas competencias técnicas y profesionales, para el empleo, el trabajo decente y el emprendimiento”.
Por lo que, otra razón para invertir en formación es que nos hace más sostenibles.
Pero ¿invertimos ya suficiente en formación? ¿De dónde deben salir los fondos para mejorar las competencias de nuestros jóvenes y, en general, de nuestros profesionales?
Para los jóvenes que aún no han logrado acceder al mercado laboral o que, aun teniendo acceso, tienen que enfrentarse a problemas de otra índole como el acceso a la vivienda, la inflación o los gastos energéticos, invertir en una formación de postgrado de calidad supone para ellos casi un suicidio económico. Esto hace que, en muchas ocasiones, recurran a programas más “asequibles” que aportan poco a su bagaje intelectual o, directamente, reducen sus expectativas profesionales.
Una solución es recurrir a ayudas o becas al estudio que, muchas veces, no se solicitan por desconocimiento o por miedo a un proceso largo y complejo de concesión de la beca. En la Fundación del Instituto Español de Analistas cada año se destinan alrededor de 35.000€ a la formación de jóvenes (y de otros profesionales con recursos inferiores a 40.000€) que quieren acceder a programas de certificación financiera y no cuentan con los recursos suficientes para hacerlo. De esta forma, si tienes menos de 30 años y unos ingresos inferiores a 30.000€ tienes prácticamente garantizado un descuento de hasta el 40% en el importe de la matrícula de los programas de certificación con reconocimiento nacional e internacional que ofrece a través de su Escuela (Escuela FEF) como pueden ser el CESGA, el CEFA, el Programa Superior en Gestor Patrimonial o la Certificación CAIA, entre otros.
Por su parte, las empresas intentan beneficiarse de ayudas públicas para sufragar parte de la inversión que realizan en la formación de sus empleados. Por ejemplo, la Fundación Estatal para la Formación y el Empleo aplica los fondos que obtiene a través de la cuota de formación profesional que aportan las empresas y los trabajadores a la Seguridad Social en financiar las actividades de formación de las empresas. En el año 2023, casi 6 millones de profesionales se beneficiaron de estas bonificaciones, según datos publicados por esta institución, lo que supone un incremento 5,1% respecto al año anterior.
Pero ¿cuánto invierten las empresas en la formación de sus empleados? En el caso del sector financiero, la inversión media por empleado en 2022, según el último Informe de Ratios de Formación publicado por el Grupo de Responsables de Formación y Desarrollo de Entidades Financieras y Aseguradoras (GREF) fue de 214€ lo que supuso una caída del 37% respecto al año anterior. Aun así, este sector -al que la regulación exige un número de horas de formación por empleado – está por encima de la media de inversión en formación por empleado en España.
Es evidente que la formación, tanto a nivel individual como a nivel empresarial, debe ser vista siempre como una inversión y no como un gasto. Sin embargo, como toda inversión, requiere tiempo para que podamos ver los resultados.
Opinión