Retomar el control

Por Diego Hidalgo Demeusois, emprendedor y autor de ‘Retomar el control. 50 reflexiones sobre nuestro futuro digital’ y ‘Anestesiados. La humanidad bajo el imperio de la tecnología’

Hace menos de dos décadas, una persona media recordaba varias decenas de números de teléfonos de memoria. Un estudio publicado por Kapersky mostró cómo en la actualidad más de la mitad de la población ya no conoce ni el de su pareja. Este ejemplo aparentemente trivial ilustra cómo la delegación de una facultad cognitiva -en este caso, la memoria- en una máquina suele resultar en su subsecuente pérdida. Los neurocientíficos se refieren al principio “Use it, or lose it”: cuando el cerebro deja de ejercer una función de manera habitual , deja de tener esta capacidad.

Este solo es uno de los numerosos reflejos de una transformación más profunda que se ha operado en la psique humana en un tiempo muy reducido a escala de nuestra especie. Con la generalización de los smartphones hace escasos años, la mente se ha acostumbrado rápidamente a apoyarse incondicionalmente en esta muleta cognitiva con la que ejerce cada vez más facultades que anteriormente desempeñaba de forma autónoma. La tecnología digital y algorítmica que nos acompaña de manera casi permanente permite en algunas ocasiones ganar eficiencia, ya sea en el ámbito profesional o personal, pero conlleva riesgos y costes que tal vez no sepamos apreciar a corto plazo.

A medida que la externalización de nuestras competencias a las máquinas se vuelve más transversal y profunda, también crece nuestra vulnerabilidad. Si el hecho de dejar de recordar números de teléfono tal vez no suponía una ruptura preocupante para el futuro de los humanos, la delegación de nuestra forma de pensar, procesar textos largos, picar líneas de código informático o construir argumentaciones complejas sí lo podría ser. Sin lugar a duda, la IA generativa aumenta la productividad de un trabajador o un directivo cuando le permite realizar en unos instantes lo que habría supuesto varias horas de esfuerzo. Pero también genera una erosión de su propia capacidad para asegurar estas funciones de forma autónoma y un deterioro de sus competencias propias.

Cuando el pasado 4 de junio ChatGPT sufrió una caída, dejó a millones de personas desorientadas durante largas horas, sin saber cómo avanzar con sus tareas habituales. En solo 18 meses, el programa se ha convertido en un apoyo indispensable para muchos profesionales y por ende, para sus empresas los cuales son ahora dependientes de una plataforma para ser operativos.

En un contexto en el que la IA promete asistirnos en aspectos cada vez más diversos, es imprescindible reflexionar sobre el punto hasta el cual estamos dispuestos a confiar en tecnologías desarrolladas por terceros para ejercer algunas funciones de nuestra mente, que sin duda abandonaremos en este proceso.

Es cierto que, hace 2500 años, Sócrates ya formulaba similar reproche a la escritura: esta nos hacía correr el riesgo, opinaba, de hacernos olvidar. Sin embargo, la principal diferencia reside en que pasaron casi 5000 años entre su invención y el momento en el que la mitad de la población estuviera alfabetizada. Un largo periodo en el que nuestra especie ha tenido la oportunidad de reconstituir un repertorio cognitivo adaptado a esta nueva realidad. Los smartphones, en cambio, se han impuesto en una década. Otra diferencia crucial es que mientras escribimos en un papel o leemos un libro, estos no leen en nosotros al mismo tiempo, como lo hacen los dispositivos digitales que usamos. Solemos subestimar lo que ellos aprenden sobre nosotros mientras ellos nos proporcionan información.

En En el sector de la aviación comercial, donde el piloto automático llegó mucho antes de los smartphones o de que se fundara OpenAI, los tripulantes están obligados a realizar periódicamente maniobras sin el apoyo de sistemas autónomos. Tanto los reguladores coautónomos como las propias compañías aéreas no estarían dispuestos a aceptar un nivel de dependencia total que les impidiera funcionar en caso de avería de aquellas funcionalidades. Confiar exclusivamente en ellos también supondría que los pilotos, y por tanto, la propia compañía, perdieran estas competencias para siempre. En ambos casos, una mayor eficiencia y comodidad no justificaría una posición de vulnerabilidad tan elevada, a pesar de que, en una mayoría de casos, el modo piloto automático no presente problemas.

Aunque en otros sectores lo que esté en juego no sean vidas humanas, tal vez, pueda servir de inspiración en otros sectores así como a nivel personal. El hecho que una máquina sea capaz de resolver un problema más rápidamente que nosotros no debería resultar necesariamente en la delegación total y permanente de esta tarea. Aunque dispongamos de un coche, no por ello conviene que renunciemos totalmente a caminar. En un momento en el que empezamos a tomar la medida de los daños profundos causados por el sedentarismo físico, no podemos correr el riesgo de caer a la vez en un sedentarismo cognitivo, cuyas implicaciones serían igual o más profundas. Sin mencionar que una satisfacción profunda, ya sea en el trabajo o a título personal, suele nacer de la superación de problemas, a base de esfuerzos.

Opinión
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